CARLOS DÍAZ. SOMBRAS Y REFLEJOS DE UNOS INSTANTES. Ramon Casalé Soler, Museólogo, historiador y crítico de arte
"La pintura es la representación de las formas visibles. La esencia del realismo es su negación del ideal."
—Gustave Courbet
Se suele decir que la pintura realista refleja lo que ocurre en la realidad de la manera más fehaciente y objetiva posible, pero con la singularidad de que se aleja de la sublimación y de los conceptos preconcebidos. Por eso, a diferencia del hiperrealismo, que encuentra en la fotografía su propio espejo, el realismo nos acerca a ver la ciudad de una manera diferente a la que nuestros ojos están acostumbrados, tal como lo hace Carlos Díaz a través de sus cuadros.
Precisamente Francesc Miralles, con motivo de una exposición que el artista realizó en las Galerías Augusta de Barcelona hace casi tres décadas, comentaba en La Vanguardia que lo más importante de su obra era "acercarnos a lo conocido indeterminado", ya que es difícil identificar la procedencia de las escenas urbanas que aparecen en sus pinturas.
Carlos Díaz siempre se ha mantenido fiel a sus orígenes creativos, pues desde que conozco su trabajo he comprobado que otorga mucha importancia a tres aspectos esenciales en el mundo de la pintura: la luz, la sombra y el reflejo. Todos ellos los incorpora al paisaje urbano, pero con la particularidad de que los muestra desde una perspectiva plenamente personal, donde el protagonismo no recae solo en los edificios, sino en el suelo mojado de las calles, las azoteas, las ventanas, las hojas que caen de los árboles, las macetas con o sin plantas, los bancos vacíos esperando que alguien se siente...
Todas estas situaciones las podemos contemplar en la exposición Tante belle cose, o lo que es lo mismo, "tantas cosas bellas", que, de hecho, es así como el artista percibe cada uno de los elementos que surgen en sus cuadros. La belleza puede encontrarse en cualquier rincón de una ciudad, solo hace falta dejar volar la imaginación y tener la mente abierta para captar aquello que a la mayoría de la gente le pasa desapercibido. Aquí es donde nos damos cuenta del verdadero mérito de su trabajo: la búsqueda de lo cotidiano para convertirlo en lo esencial.
Para Carlos Díaz, el reflejo del suelo húmedo por la lluvia o el riego, así como las sombras que aparecen en una pared desnuda, indican la presencia de algún elemento vivo transitando por la calle, el movimiento de las ramas o las hojas de un árbol, o simplemente una planta situada en cualquier rincón. Ha descubierto que mirando al suelo también suceden cosas, muchas veces detalles insignificantes, pero que para él tienen suficiente importancia, y por eso los incorpora en su ideario compositivo.
Debemos tener en cuenta que una ciudad, por muy grande o pequeña que sea, dispone de una infinidad de lugares por descubrir, pues tiene un pasado, una historia, una tradición... pero también es dinámica y activa, marcada por la transitoriedad y la movilidad de la gente que la habita. Y precisamente esta cotidianidad es la que plasma el artista en cada una de sus obras, que, aunque no lo parezca, tienen un componente abstracto que las hace aún más atractivas.
En conjunto, el trabajo de Carlos Díaz nos sumerge en un mundo donde la realidad se percibe de diferentes maneras, pero sobre todo en la captura de los instantes y los momentos más culminantes que ocurren a nuestro alrededor. Un entorno que, aunque esté cerca, no solemos darle la importancia suficiente, pero que para el artista significa la realización del acto creativo. Un acto que nos transporta a comprender mejor por qué representa una realidad que nos cautiva y que, al mismo tiempo, nos permite valorarla, por insignificante que parezca.