"Árboles, sombras y metáforas". Fernando Soler, escritor. 2025
Hablemos de “árboles” solo en el sentido de que son la manifestación suprema de esa vida vegetal. Los árboles han sufrido el proceso general de “adelgazamiento de lo real” que han sufrido las demás representaciones en tu pintura: de la gran panorámica de rascacielos, a la pequeña grieta en la pared. Del árbol, a la hoja en el suelo. Así has terminado por desarrollar poéticamente un diálogo muy sutil, íntimo, entre la vegetación y el cemento, en el que sombras, reflejos y huellas van sustituyendo a las cosas mismas.
No es que falte la presencia humana (eso es imposible: un cuadro es, cuando menos, la huella de la mano que lo ha pintado), sino que el hombre está en forma de grafiti o de huella embarrada de una rueda mojada en un charco.
Veamos los mecanismos poéticos que con los que has llevado a cabo este “adelgazamiento” en el caso del árbol. ¿Cómo hacer que en un cuadro haya “menos árbol”? Pues, por ejemplo, pintando solo un trozo, una rama o la base del tronco. Pero también dispersando sus hojas por el suelo. Si recuerdas la “metonimia”, aquello de la parte por el todo, mientras haya una hoja, ahí sigue el árbol. ¿Y se puede seguir disminuyendo el árbol? Claro, con su sombra. Pero la sombra del árbol ya no es una parte de él, sino una proyección analógica que pinta la luz en paredes y suelos, algo más inmaterial, en el sentido de que puedo guardarme una hoja seca en el bolsillo, pero no la sombra de una palmera. Este segundo procedimiento se llama “metáfora”. Las sombras son metáforas de las cosas, y están basadas en una relación de analogía que incluso nos puede engañar: ¿Aquello es un árbol o su sombra?
En los reflejos del agua sobre las calles encuentras otra vía de atenuación de lo real. Si los charcos fueran espejos dóciles, limpios y relucientes, ofrecerían una mera duplicación del mundo emergido, pero el agua de las calles refleja una realidad enturbiada, confusa, distorsionada, donde los límites de las cosas no siempre están claros y las imágenes se con-funden. Lo que hay debajo de un charco, el mundo del agua, es otra realidad, un caldo de formas líquidas, sinuosas, imprecisas, una gran metáfora de ese otro mundo del aire mucho más rígido y delimitado donde respiramos.
Hay un tercer recurso importantísimo en tus cuadros. Podemos llamarlo “huella”, pero en el sentido muy amplio de “rastro de presencia”. Es la huella de un neumático, pero también las manchas de óxido o humedad, la suciedad, los grafismos, en definitiva las señales del tiempo sobre las cosas. El tiempo es un tema importante en tu pintura.
Si escribieras no serías un novelista ni un dramaturgo, sino un poeta. Tu pintura está hecha desde la lógica de la poesía, es ese cielo de los charcos, una realidad esencializada, un grito suave que rechaza los excesos de la fealdad en todas sus formas.